sábado, 11 de noviembre de 2023

Altavoz Parroquial: 12/XI/2023

 XXXII DOMINGO ORDINARIO – A  Mat 25,1-13

Gozar del banquete de la vida
    Con un ejemplo –la parábola de las diez doncellas que salen a recibir al esposo– tomado de la vida ordinaria de su tiempo, y muy conocido y experimentado por muchos de sus oyentes, Jesús nos instruye sobre la necesidad de vivir siempre preparados para dar cuenta a Dios de nuestra vida, cuando El nos llame. No sabemos cuando será ese momento. Pero no solo por prudencia táctica hemos de estar preparados y en gracia de Dios, sino por que merece la pena vivir iluminados y enriquecidos por la fe cristiana y moldeados por el calor de la caridad y del compromiso cristiano a lo largo de los días de nuestra vida.
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    Dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: “Se parecerá el reino de los cielos a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran prudentes. Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite.; en cambio, las prudentes se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas”.

    Señor, que nos adviertes de la necesidad de estar siempre preparados,
para cuando Tu nos llames. Quiero ser como las doncellas prudentes
que fueron a esperar al esposo con las lámparas aprovisionadas de aceite.

    No solo estuvieron a punto para recibirlo,
sino que durmieron felices mientras le esperaban,
y disfrutaron del encuentro y de la entrada al banquete.
No solo evitaron el reproche y rechazo del esposo, sino que participaron
en la fiesta con alegría y satisfacción personal y comunitaria,
compartiendo su presencia con todos los invitados a la fiesta de la vida.

    Quiero aprender, Señor, la lección de la prudencia y del aprovechamiento
del tiempo; de la puntualidad al comenzar a hacer las cosas y del orden
y buena organización al trabajar, al divertirme y al ayudar el prójimo.

    Que nunca me domine la pereza, la comodidad egoísta e imprudente,
el cálculo individualista o la “cuquería” humana,
al cumplir con mis deberes profesionales, familiares y sociales,
y con los que son propiamente religiosos y apostólicos.

    El ejemplo de los santos y de los buenos cristianos
me ilumina y estimula, y algunas veces me inquieta y descorazona,
pues me reprochan mi indiferencia y precipitación,
mi tibieza y mediocridad …; pero ¡qué bien me hacen
sus biografías y sus testimonios, sus palabras y su ejemplo de vida!
Su alegría es evidente, y su trabajo y generosidad se desborda
en obras buenas y en testimonio apostólico.

    Ayúdame, Señor, a imitarles y a disfrutar de la
vida como ellos lo hicieron y fueron felices.
Y que, al final, pueda ser reconocido por Ti,
y entrar en el banquete del Reino,
en el día y la hora que decidas para mí.
 
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LOS SANTOS DE LA SEMANA, NUESTROS AMIGOS (12/XI/2023)

    (Proponemos un pequeño esbozo de algunos santos o beatos, que celebramos cada semana, y que puedan servir como modelos de vida cristiana, maestros en la fe y en la práctica de la caridad, y en consecuencia intercesores cercanos y asequibles. Queremos que sea una propuesta para leer y conocer más ampliamente sus vidas acudiendo a otras páginas, como santorales que tanto abundan en las redes sociales).



        Destacamos esta semana a un gran santo, que debemos “enarbolar” por su santidad, por supuesto, pero también por su enorme cultura en todos los campos del saber: filosofía y teología, letras, y también las ciencias naturales en sus diversos campos: botánica, fisiología, geografía, química, etc. etc. fueron tratados por él con categoría y buena pedagogía. Uno de sus discípulos fue Santo Tomas de Aquino. Hablamos de San Alberto Magno (1206-1250), obispo de Ratisbona y Doctor de la Iglesia. Perteneció a la Orden de los Dominicos. Profesor en varias universidades. En su corazón ardía el afán evangelizador a través de la investigación y la enseñanza de las diversas ciencias, que, para él, todas estaban al servicio de la verdad, y por tanto de la fe y del evangelio. Así, para él, la investigación y conocimiento de las diversas ciencias naturales, era conocer las diversas causas que operan en la naturaleza. Con razón se le considera el patrono de los científicos, que tienen en él el mejor modelo y ejemplo para investigar con libertad y amor a la verdad y también un buen amigo e intercesor para manejarse en el mundo de la cultura y de la ciencia.

    No quiero pasar por alto la alocución del Papa Francisco en el Angelus del día de Todos los Santos, el miércoles, 1/XI. Santos a quienes considera nuestros mejores compañeros y amigos en la vida. Parece que está aplaudiendo lo que aquí pretendemos en esta sección del Altavoz Parroquial de cada semana: conocer a los santos, antiguos y actuales, para aprender de ellos y apoyarse siempre en ellos, y así, ir más seguros y felices por la vida. Destacamos los principales párrafos de esta Alocución papal:


        Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y feliz fiesta!
        Hoy celebramos la solemnidad de Todos los Santos. A la luz de esta fiesta, detengámonos un poco a pensar acerca de la santidad, en particular en dos características de la verdadera santidad: es un don -es un regalo, no se puede comprar- y, al mismo tiempo, es un camino. Un don y un camino.
        En primer lugar, es un don. La santidad es un don de Dios que hemos recibido en el Bautismo: si lo dejamos crecer, puede cambiar completamente nuestra vida (cf. Exhortación apostólica Gaudete et exsultate, 15).
        Los santos no son héroes inalcanzables o lejanos, sino que son personas como nosotros, nuestros amigos, cuyo punto de partida es el mismo don que nosotros hemos recibido: el Bautismo. De hecho, si lo pensamos bien, seguro que hemos conocido a algunos de ellos, algún santo cotidiano, alguna persona justa, alguna persona que vive la vida cristiana en serio, con simplicidad… aquellos que a mí me gusta llamar “los santos de la puerta de al lado”, que viven con normalidad entre nosotros. La santidad es un don que se ofrece a todos para tener una vida feliz. Y, al fin y al cabo, cuando recibimos un don, ¿cuál es nuestra primera reacción? Precisamente que nos ponemos felices, porque significa que alguien nos ama; y el don de la santidad nos hace felices porque Dios nos ama.
        Todo don, sin embargo, debe ser acogido, y conlleva la responsabilidad de dar una respuesta, un “gracias”. Pero ¿cómo se dice este “gracias”? Es una invitación a esforzarse para que no sea desperdiciado. Todos los bautizados hemos recibido la misma llamada a "mantener y perfeccionar con su vida la santidad que hemos recibido" (Lumen gentium, 40). Y por eso llegamos al segundo punto: la santidad es un camino, un camino que hay que recorrer juntos, ayudándonos unos a otros, unidos a esos excelentes compañeros de ruta que son los Santos.
        Ellos son nuestros hermanos y nuestras hermanas mayores, con los que siempre podemos contar: los santos nos sostienen y, cuando en la ruta erramos el camino, con su presencia silenciosa nunca dejan de corregirnos; son amigos sinceros, en los que podemos confiar, porque ellos desean nuestro bien. En sus vidas encontramos un ejemplo, de sus oraciones recibimos ayuda y amistad, y en la comunión con ellos nos une un vínculo de amor fraterno, como dice la liturgia (Cf. Misal Romano, Prefacio de santos I).
         La santidad es un camino, es un don. Entonces, podemos preguntarnos: ¿recuerdo que he recibido el don del Espíritu Santo, que me llama a la santidad y me ayuda a llegar a ella? ¿Le doy las gracias al Espíritu Santo por esto, por el don de la santidad? ¿Siento a los santos cerca de mí, hablo con ellos, me dirijo a ellos? ¿Conozco la historia de algunos de ellos? Nos hace bien conocer la vida de los santos y motivarnos con sus ejemplos. Y nos hace muy bien dirigirnos a ellos en la oración.


Que María, Reina de todos los Santos,
nos haga sentir la alegría del don recibido
y aumente en nosotros el deseo de la meta eterna.









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