Fiesta de CRISTO REY
XXXIV DOMINGO ORDINARIO – A = Evangelio: Mat 25,31-46
¡Venid, benditos de mi Padre!
Concluye el Año Litúrgico, es decir las
celebraciones que cada año se van haciendo en recuerdo y honor de Jesucristo,
el Dios, hecho hombre, que a través
de su historia
vital como ser humano, fue realizando nuestra Redención y Salvación.
Los cristianos cada
año vamos recordando y celebrando los principales hechos de su vida, así como
celebrando y meditando en sus palabras y en su ejemplo, a lo largo de los
domingos y fiestas, que por eso llamamos cristianas.
La última celebración es la dedicada a
honrar a Cristo en una faceta que, de alguna manera, resume toda su vida y
explica su misión: Cristo Rey de cielos
y tierras, Rey de los corazones y de las instituciones humanas, familiares y
sociales.
___________________________________________________
Dijo Jesús a sus discípulos: “Cuando venga en su gloria
el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él se sentará en el trono de su
gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. El separará a unos de
otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su
derecha y las cabras a su izquierda”.
Señor,
que nos muestras en el Evangelio de este día tu reinado en
el
mundo y entre los hombres, sobre los que quieres reinar con tu Palabra
y
con tu Corazón. Ayúdame a ser dócil y obediente, libre y comprometido
en
este reinado tuyo. Que tus leyes, y tu amor, orienten siempre mi vida.
Y
a la vez que te veo, Señor, sentado en tu trono de Rey,
también
te contemplo como un Juez, justo y misericordioso.
Ya
sé, Señor, que no quieres ni pretendes asustarme ni atemorizarme,
y
menos amenazarme y castigarme, sino urgir mi responsabilidad
y
mi santidad, mi amor y me afán apostólico y servicial.
Pero
al mismo tiempo yo tampoco quiero olvidar jamás que eres justo y leal,
y
que, al final, a cada uno le darás lo que se merece,
o
según lo que ha ganado a lo largo de su vida.
Que
tu bondad y misericordia me muevan, todos los días,
a
trabajar por mi santidad y el apostolado; y, como soy débil y pecador,
a
no olvidarme de esa bondad y misericordia que siempre ofreces;
y
que sepa acogerme a ellas, para que supla mi debilidad y mi inconsciencia.
Que
merezca ponerme a tu derecha para escuchar tus palabras,
tan
amables y consoladoras, como exigentes y comprometedoras,
y
que nunca quiero olvidar:
“Venid
vosotros, benditos de mi Padre;
heredad
el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.
Porque
tuve hambre y me disteis de comer,
tuve
sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis,
estuve
desnudo y me vestisteis,
enfermo
y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.